Recuerdo que fue la primera vez en mi viaje que empecé a necesitarte de verdad.
Me dí cuenta que estaba perdiendo el tiempo, y que a la vez ganaba felicidad, y era muy extraño porque yo te quería con la condición que fueras incondicional. Y (no) lo fuiste.
Bueno,
A VECES.
Realmente creo que el juego más bonito es ese de no entenderse pero fundirse en semi abrazos desnudos que acaban con pasión, besos húmedos y caricias más que cariñosas.
Lo fuimos todo pensé, y ahora, tan y tan lejos, que no sé a qué árbol arrimarme.
Todo había cambiado en mi vida, menos una cosa.
Ese latido constante al recordar tu nombre, ese miedo al no recuperar nunca jamás eso que por mucho que explique a mis conocidos no entienden, eso que solo tú y yo (creo) hemos vivido y nunca nadie lo podrá llegar a dimensionar.
A veces pienso en ti, en Barcelona, en esas calles estrechas que algún día paseamos agarrados de la mano, y ahí me viene (mi vs tu) y lo quiero juntos, y lo anhelo sin haberlo vivido, y algo me dice que estás, que eres presente y que no conjugas ningún pretérito pasado.
Es todo realmente una corriente incontrolable, siempre nos decíamos que eramos terremotos sin riesgo, es decir, que eramos corrientes superfluas de aire chocando e intentando hacer el amor en el aire, sin hacernos daño.
Yo te callaba la voz, contra el cristal, te echaba de menos y necesitaba tu libertad. Nos dejaremos si nos queremos dejar, pero es que yo quiero ahora tus cadenas de sal, esa sal que se deshace como estas lágrimas al recordar que fue, que es y que todo será.